En los años veinte del siglo pasado, el cineasta soviético Lev Kuleshov realizó un experimento visual que trataba de demostrar la capacidad expresiva del montaje en las imágenes en movimiento. Para ello escogió cuatro planos: el rostro inexpresivo de un actor ruso, el plato de comida, el cadáver de una niña en su féretro y una mujer atractiva recostada en un diván. Y realizó el siguiente montaje:
- Rostro de actor + plato de comida: hambre
- Rostro del actor + cadáver de niña: tristeza
- Rostro del actor + mujer atractiva: deseo.
Cuando el montaje se proyectó y fue visto por el público, este reaccionó alabando la sutil interpretación del actor. El público desconocía que se trataba de la misma imagen.
El montaje no se debía limitar, por tanto, a una mera unión de planos, sino que era un recurso muy poderoso para que el espectador crease nuevos significados a partir de una sucesión determinada de imágenes.
El gran cineasta soviético Sergei Eisenstein, uno de los alumnos de Kuleshov, afirmó que el montaje era un elemento fundamental de la creación cinematográfica, su verdadera esencia.
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